EX JUGADORES CELESTES

Roberto «El Chorri» Palacios

El balón extendía por el aire su rubor altivo, proyectado con la recia caricia que un arpegio despliega en los tonos más melódicos, vibraba bajo la tensa presión de sus esféricas fibras soñando su destino. El Gol. Los giros cadenciosos que domaban su trayecto, mecían los pliegues de sus curvaturas. La gravedad inmersa en su sorpresa se apretaba magnética bajo los rigores geométricos que la envuelven.

El Gol se voceaba en el murmullo multitudinario, inminente desde el freno cadencioso del balón irreverente al aterrizar raspando y destemplando la pasmada red. Su última parada. El vocabulario de la lengua cervantina no alcanzó para bautizar este acto de alta gama artística. Fue del verbo popular, sumido en trance, que emergió el nuevo sustantivo para nuestro hispánico idioma: “El Chorrigolazo”, rubricado por un prójimo de menudo físico, pero envuelto en un coraje inobjetable: Roberto Carlos Palacios Mestas, El Chorrillano Palacios.

La historia comenzó en el distrito limeño de Chorrillos, prodigo en pescadores y héroes, pero, esta vez, nos envió un futbolista adolescente de físico esmirriado y bigote incipiente, prodigo en talento y pundonor, que registró su estampa para el resto de la eternidad en los corazones excelsos de la afición, El Chorri. Albergado en el tradicional distrito del Rímac, embadurnó su piel de un celeste tono pasión, que pronto devino en tatuaje indeleble en el Perú entero, que lo idolatró. Después: México, Ecuador, Brasil, Colombia e incluso Arabia Saudita gozaron, también, de su encantamiento.

El Chorri del amor. El Amor, verbo acariciado por la poesía, era ajeno al fútbol, hasta el pródigo día en que El Chorrillano, ataviado con la franja bicolor, detonó un Chorrigolazo, estampando, para siempre, en su sudoroso pecho la frase que devino en proverbio nacional: “Te amo Perú”. Nos transportó hasta el incontestable infinito de sueños visibles, juntos corazones de millones de peruanos temblando destemplados, gritando desmedidos en la orza emoción que desgarra el alma.