Sporting Cristal 2007: Celeste aunque me cueste
Cuando se es niño, todo es más fácil. Incluso cuando se trata de ser hincha de un equipo de fútbol. Al menos así recuerdo yo, cuando al confesarte orgullosamente hincha de Sporting Cristal, sabías que detrás del cizañoso grito de “pavo” de alguno de tus amigos se escondía la más sublime envidia de quienes, aunque quisieran negarlo, añoraban ser celestes y gritar los goles de uno de los mejores equipos de la historia del fútbol peruano, aquel del ’96.
Resultaba natural pensar que, con tremenda máquina cervercera, nunca se tendría que sufrir y que, de hacerlo, sería en alguna instancia inmejorable, como en aquella final de Copa Libertadores del ’97, lamentándote en la línea de gol junto con Julinho ante la mirada de un espigado y nefasto guardapiolas que sabe Dios cómo llegó a atajar en cierto cuadro italiano de cuyo nombre no quiero acordarme.

Por los siguientes cinco años, le di vueltas de campana a la idea de que podíamos haberle ganado al Borussia Dortmund de haber triunfado en la final aquella vez, haciendo comparaciones que, hoy por hoy, serían objeto ineludible de burla. Subjetividades de grueso calibre: que Pedro Garay era más que Mathias Sammer y que Jorge Soto tenía más técnica que Stefan Reuter, entre muchas otras barrabasadas.
De más está seguir recordando lo que le siguió a esa etapa -el pasto quemado y la tribuna vacía del San Martin, el impresentable Annor Aziz y demás joyas futbolísticas-. Prefiero revivir lo que fue este pasado semestre, el reencuentro con el sufrimiento, pero esta vez desde las posiciones más gélidas en la tabla del acumulado.
Recuerdo que cuando partí a EE.UU., y ante la debacle del Apertura, no le di muchas esperanzas al título de final de año. Sin embargo, me entusiasmaba la idea de poder seguir a mi equipo por radio u ocasionales transmisiones televisivas, sin imaginar, ni en la peor de las pesadillas, lo que estaba por venir.
Pasaban las semanas y Cristal no levantaba cabeza, algo difícil de creer considerando una plantilla que, para el medio peruano y sobre el papel, era considerada como temible.
El primer partido de Cristal que sintonicé por radio vía internet se jugó temprano y lo oí por Radio Callao. No pasó mucho rato hasta que uno de los narradores se ahogó en un grito de gol que me dejó en suspenso cuanto rato duró su voz.
No había estado siguiendo las acciones previas, por lo que temí fuera un gol en contra de los celestes. Una sonrisa nostálgica se me dibujó cuando supe que el tanto había sido del Colegio Karol Wojtyla del Callao por la Copa Coca-Cola de menores. “Qué criollo… pero qué genial”, me dije.
Nunca se está tan cerca de la patria como en ese tipo de circunstancias, tratando de adivinar si el siguiente gol corresponde a un partido del fútbol rentado o de la Liga Distrital de Canchabamba. En todo caso, el partido de Cristal aquella vez siguió empatado hasta el pitazo final.

A mitad de semestre, el más inesperado de los fantasmas tocó a la puerta de mi institución rimense y, de rebote, me tocó en el corazón celeste. Nunca imaginé encontrar las palabras descenso y Cristal conjugadas en una misma oración. Incluso recibí, con más sorna que buena voluntad, la desprendida invitación de un amigo, con pasaje a Lima incluído, para ver a mi club descender.
En ese momento entendí porqué, de las tantas camisetas que había dejado en casa, una sí sentí obligación de llevarme -la amarilla patito de Cristal- como si, inconscientemente, hubiera estado vaticinando mi posterior sufrimiento futbolístico.
Nunca entendí, al margen de la larga lista de lesionados y las propias limitaciones técnicas fuera del área de jugadores como ‘Gabo’ García, que a una escuadra como Cristal pudiera costarle tanto obtener tres puntos. Para entonces el equipo venía lavando hasta menos ropa que el Total Clean y, lo que alguna vez sonó desbocado, ahora parecía más que una realidad (claro que esto último a nadie se lo di a entender por orgullo). No faltó el metafórico apagón en el Callao, como esfumando toda luz al final del túnel de las posibilidades “matemáticas”.
Qué irónico que el renacimiento, como tantos creemos, se dio aquella noche sobre la grama artificial del Nacional, cuando, cortesía de Terra TV, me elevé junto con el ‘Chorri’ para sentenciar el 1-0 sobre la ‘U’. Volvieron, entonces, el ‘Chorri’ y el Cristal de los noventa; el pícaro, rápido y vertical conjunto que alegró mi colorida infancia en el cálido San Martín.

Una semana después, un inédito brasileño «Cristiano» se vestía de héroe para coronar, de cabeza, las ilusiones de recuperación definitivas. Claro que entender eso fue mucho pedir para mi compañero de cuarto, que solo atinaba a reírse con verme saltar frente a una computadora, como si hubiera ganado la lotería del estado de Michigan.
De ahí en más, los partidos tuvieron sabor a fiesta, incluso a la distancia. Escuchar la eufórica narración de Elejalder Godos en Radio Ovación y ver las fotos de un San Martín abarrotado y ruidoso, colorido, metiendo presión me generó sentimientos encontrados.
Ni en las mejores y habituales goleadas a los ‘canaritos’ del San Agustín había vivido algo así.

De un lado, sentía impotencia por no poder disfrutar en persona del festín futbolero, de la máquina tirapapeles -que, por cierto, fue desaduanada por un hincha celeste de la formada Vieja Guardia para darle vida al coso sanmartiniano-, del añejo rap de Dudó y del calor de las más de 10,000 personas que religiosamente copaban el estadio santo cada fin de semana.
Del otro, algarabía absoluta por ver cómo Cristal renació de las cenizas para -como solo puede ocurrir en el Perú- quedar ad portas del título del Clausura pero aún luchando, algo más holgado, la baja.
Los últimos partidos, salvo el intenso choque contra Municipal, fueron de trámite para un equipo que encontró -tarde pero lo hizo- la fórmula. Al llegar a Lima en diciembre, recuerdo haberle dicho a mi padre, un poco en secreto, “de la que nos salvamos”.
Texto Original por Roberto Ciabatti.
Edición extremoceleste.com