Cuando jugaba, era el rey de las alturas, el saltador infatigable, su fútbol no era elegante pero sí sobrio y seguro. No se aventuraba a salir con pelota jugada, sencillamente la reventaba de chalaca o como vinieran. Y jamás iba a la mala. Lo suyo era una que otra rascadita, una que otra plancha pesada tipo sastre, un roce con la rodilla. Pero era en los saltos cuando causaba zozobra. Puesto que era quien saltaba más alto, era lógico que llegara al piso un poco después porque no se sabía dónde iba a caer, ¡y cómo! Y era frecuente que cayera con toda su humanidad sobre las costillas de los adversarios. Por ello, los delanteros rivales se tenían que salir corriendo para no sufrir una chancada de sus chimpunes número 46.
En aquellas épocas no era una táctica generalizada que los centrales subieran a los centros al área contraria. Esto generalmente sucedía cuando se estaba perdiendo el partido y el tiempo apremiaba. Pero con la llegada de Fernando Mellán al Cristal, estuviera como estuviere el score, se hicieron constantes las proyecciones a los centros del área rival para las jugadas con pelota parada.
Fueron primero Didí y luego don Marcos Calderón, el recordado Chueco, quienes ordenaban a Fernando que se proyectase cada vez que había una jugada de pelota parada a favor de los celeste en la área rival. Didí sólo se lo decía en el camarín con un su español masticado, pero el vozarrón de don Marcos siempre se escuchaba en todo el estadio:
– ¡Suba, Fernando!
Y Fernando corría a tranco largo hasta el área rival. Se paseaba entre los defensas rivales sin una posición fija esperando el pelotazo con curva de Pepe del Castillo o de Mifflin. Pocas veces anotó, contadas con los dedos de una mano, pero la táctica funcionaba para que anoten los otros rimenses porque Fernando jalaba marca de los centrales rivales, y con esto lograba que sus compañeros ganaran en ese río revuelto que se formaba cuando el Cóndor iba a los centros, con un doble impulso que muy pocos lograban. Hoy esto ya no llama la atención, pero en aquellos tiempos lo del Cóndor era una novedad.
Mellán era y sigue siendo un hombre de pocas palabras, muy raramente gritaba a sus compañeros, porque con su arrojo motivaba a sus compañeros. Dejaba el sudor y la piel en la cancha. Ganaba en los saltos sacando ventaja en altura de medio cuerpo por encima de los delanteros rivales. Le ganó pelotas a grandes cabeceadores como Perico León, Casaretto y Joya. En una entrevista le preguntamos cuál era su secreto para saltar tan alto.
– Soy pisqueño, sobrino –nos dijo-, desde niño tenía que abrirme paso en las chacras llenas de barro levantando la pierna bien alto, eso fortalece las piernas y así uno gana agilidad. Además allá la comida es sana, se come harto frejol y buen camote. Aparte de ello siempre fui muy disciplinado. Me acuesto temprano y nunca tuve excesos.
El Cóndor en Montevideo…
Protagonista de grandes jornadas cerveceras que marcaron época, se ganó el apodo de ‘Cóndor’ en Uruguay, porque fue allí donde se ganó la fama de gran saltador tras aquel partido en que Peñarol empató al Sporting Cristal en los últimos minutos. Cristal había adelantado con tempranero gol de Tadeo Risco. Los aurinegros, heridos en su orgullo, no podían empatar por dribling ni por triangulaciones, mucho menos por labia ni por atarante, porque los tigres celestes de la zaga se las sabían todas las mañas y paraban pleito aquí y en el infierno. ¿Qué le quedó al DT charrúa? Mandó bombardear al área peruana a punta de pelotazos para esa letal delantera integrada por Abbadie, Silva, Rocha, Spencer y el peruano Juan Joya, pero los cuatro tigres celestes, Chito De la Torre, Eloy Campos, Tito Elías, y Mellán las ganaron todas.
– Esa tarde saqué de cabeza más de noventa pelotazos -cuenta Mellán–… y hasta ahora me dan jaquecas.
Loa aurinegros sólo pudieron empatar –y con ello eliminaron al Cristal- gracias a la ayuda del referí que no quiso ver un escandaloso gol cometido con infracción de Spencer.
El elenco celeste quedó eliminado pese a no haber perdido un solo encuentro.
En la Bombonera…
Años después, en La Bombonera, la bronca se desató a raíz de una cobarde patada que recibió estando tirado en el suelo. Un famoso comentarista lo culpó de la bronca. Fue una calumnia porque él había quedado desmayado. El resentimiento le duró poco tiempo, porque don Fernando es un pisqueño bien criado al estilo provinciano, sereno y campechano, que no guarda rencores, porque los pisqueños son gente risueña y apacible.
Ya retirado, don Fernando Mellán, animado por su inseparable compadre don Alberto Gallardo (+), desde 1981 se dedicó a formar las canteras de jugadores celestes quienes lo reverencian como un padre por el respeto que se ha ganado por su dedicación, por su paciencia para enseñar, su seriedad para corregir, además de su buen ojo para descubrir talentos.
Un apodo…
Por aquellas épocas su primera chapa fue «Leñador». Y vaya que lo era, en el chimpun derecho tenía un hacha y en el izquierdo un filudo machete.
Un back central…
«El Chito era el rey de anticipación. Además tenía un temperamento indomable, y no se rendía jamás. Cuando juntaba las cejas hasta los pitbull se le corrían».
Un amigo…
«Alberto Gallardo, mi compadre, qué gran tipo, era la humildad en persona. De él aprendí muchas cosas».
Una anécdota…
En un partido de entrenamiento en La Florida, el habilidoso delantero Orlando «Velita» Aquije pisó la pelota y le hizo dos consecutivas huachas de ida y vuelta que provocaron las carcajadas de todos sus compañeros. Mellán, herido en su orgullo, le lanzó un desafío: «Te apuesto cien soles a que no me haces otra». Pero Velita le leyó la venganza en la mirada, fingió lesionarse y se fue a las duchas. Las carcajadas se prolongaron toda la tarde.
Una frase
– Antes de los partidos Eloy Campos me decía: «compadre, yo se lo preparo, Ud. lo sazona y Orlando La Torre se lo come».
Por: Manuel Araníbar Luna
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