Anécdotas: «Por ser hincha del Cristal casi me expulsan del colegio»
“Esto sucedió el año 68. En aquella Copa Libertadores, Cristal estaba invicto, con un Didí que hacía sus pininos como entrenador, y para clasificar tenía que ganar sí o sí. Peñarol tenía un cuadrazo que había obtenido la copa un par de veces con una delantera maldita en la que jugaban Rocha, el peruano Juan Joya Cordero y el ecuatoriano Spencer.”
“Son dos historias paralelas que se entrecruzan un mismo día. Una transcurre en el colegio, y la segunda en Montevideo durante el duelo entre Peñarol y Sporting Cristal por la Copa Libertadores de aquel año.”
“Se respiraban aires triunfales en nuestro colegio, puesto que por nuestra presentación, porte y disciplina estábamos entre los favoritos para ganar el gallardete que se otorgaba anualmente al colegio de Lima que mayor puntaje lograra en el tradicional desfile de colegios por el aniversario patrio.”
“Paralelamente, el Sporting Cristal tenía un difícil compromiso: para clasificarse estaba obligado a ganar en Uruguay sí o sí. Estábamos invictos. Teníamos un gran equipo con Rubiños, Campos, Chito De La Torre, Mellán, Tito Elías, Mifflin, Del Castillo, Jorge “Gato” Vásquez, Tadeo Risco.”
“En Lima, no había aún televisión vía satélite. Teníamos que resignarnos a escuchar aquel emocionante partido por la radio. Los aficionados se reunían en su hogar, o en las esquinas para escuchar las emocionantes narraciones de los exagerados locutores deportivos limeños. Los pocos hinchas celestes estábamos ya preparados para ello. Yo era aun un larguirucho estudiante de quince años que no me perdía un partido del Sporting Cristal en el estadio, o por la radio cuando jugaba en el extranjero.”
Y me cayó un baldazo de agua sucia: justo ese día en el colegio se les ocurre hacer la revisión de la formación militar. Cuando me enteré de tal revisión, todos mis planes se echaron por la borda. ¿Y ahora cómo saber las incidencias del encuentro? ¡No, yo era un fanático celeste y no me lo podía perder ni de vainas! Esos partidos se viven en caliente, comiéndose las uñas y comentándolo con los amigos. La emoción no es la misma al leer las noticias al día siguiente cuando la pasión está ya apagada.”
“Tenía que urdir un plan, porque ese partido tenía que escucharlo a como dé lugar. Llevé mi pequeñísimo radio a transistores, el cual escondí muy solapadamente en mi bolsillo, y el cablecito del audífono lo pasé por adentro de mi camisa para colocarlo en mi oreja derecha. El problema era que, por mi estatura, me ubicaban siempre en la primera fila, lo cual era un peligro, puesto que estaba expuesto a la exigente observación del oficial del ejército.”
“El instructor de pre—militar apellidado Taboada, un hosco y gritón oficial del ejército, era una especie de verdugo malgeniado de la guardia vieja que no nos perdonaba la mínima falta. No admitía risitas, engreimientos ni nada que quebrara la disciplina. Sus castigos eran severos, y ante cualquier acto de indisciplina, el escarmiento más suave consistía en treinta planchas o lagartijas, y el más bravo era “el callejón oscuro”:
—¡A ver alumnoooos! Callejón oscuro para los dos últimos en la formación!
Y si la falta era más grave, el callejón oscuro era de tres vueltas, ¿imaginas lo que era eso? ¡Recibir patadones de tus treinta compañeros, tres veces cada uno!
Bien, yo no me perdía aquellas transmisiones radiales de “Pregón Deportivo” de don Oscar Artacho y “Ovación” de Pocho Rospigliosi. Todo iba muy bien, mi radio me tenía al tanto de las incidencias. Los uruguayos no se desesperaban puesto que un empate les otorgaba la clasificación. Pero los rimenses tenían una delantera temible y, a los 17 minutos del primer tiempo, Tadeo Risco rompe la monotonía del partido y les destraba la lengua a los locutores, metiendo el gol celeste de tremendo huaracazo.
“Goooool de Sporting Cristaaaaal, Gooool – reventó el micrófono el narrador.”
“¡Baaaarrington el casimir perfecto de puuura lanaaa! – aulló el locutor de comerciales.”
“¡Goooooool! –solté el grito más fuerte que el del locutor que me estaba destrozando los tímpanos justo cuando pasábamos frente a la tribuna oficial.
Un adolescente de quince años no se aguanta así nomás y yo no iba a ser la excepción. Solté toda la adrenalina al escuchar el grito con el que había estado soñando hacía casi una semana. Y después de ese gol, ya no me importaba que el director muriera de un infarto o que se acabara el mundo».
“Y parecía que en verdad el mundo se acababa, al menos para mí. Después del gusto vino el disgusto: Por ese grito escandaloso de un hincha fanático perdimos el gallardete. Mandaron llamar a mi viejo, con la advertencia de que si no iba a la citación para recibir el respectivo sermón, yo —su hijo fanático— iba a ser expulsado del colegio.”
“Mi padre llegó visiblemente preocupado a la oficina del director. Lo pusieron en autos con ese gesto de velorio que ponen los directores de colegio cuando uno de los alumnos está en falta. Mientras tanto, agaché la cabeza con cara de autogol. Primero, porque mi amado Sporting Cristal había perdido la clasificación y, segundo, me iban a expulsar”
—¿Qué? —dijo mi padre en magistral jugada psicológica para ponerle paños fríos al asunto— , ¿por eso nomás me han mandado llamar? ¡Ah, yo creía que era por algo más grave, que Luis Miguel había asesinado a alguien o lo hubieran pescado fumando marihuana en el baño!
“Al día siguiente fui reintegrado a clases con una severa amonestación. Al ingresar al salón, mis compañeros celebraron mi osadía. Algunos me palmotearon y me alzaron en hombros como a un héroe que se había rebelado contra la férrea disciplina pre—militar Pero no, no era nada de ello. Un adolescente fanático actúa así por el equipo de sus amores.”
“Y, en lo referente al partido, por desgracia, Peñarol nos empató con gol de Spencer en las postrimerías del encuentro, en descarada infracción porque a Rubiños lo jalaron del pantalón. Con este resultado Peñarol se clasificaba y el Cristal, cosa curiosa, quedaba eliminado a pesar de estar invicto”
Por: Luis Miguel López Cano (Q.E.P.D.)